Al mirlo hay que observarlo y entenderlo,
porque, si no, puede llamar a engaño
ese pronto severo que presenta
su enlutado plumaje. A poco que lo mires,
verás que nada tiene que ver con un misántropo
ni nada parecido: Es muy alegre
debajo de un atuendo que sin ningún alivio
persevera en el negro. Pasa el día
realizando trabajos de zapa en el jardín
con su afilado pico de color calabaza,
y no hay gusano por el que no muestre
interés minucioso. Al levantarme,
suelo salir a la terraza a ver
la mañana que hace. Yo madrugo,
pero él se me adelanta. Cuando miro,
se encuentra siempre allí con su pareja,
saltando tan ufano por el cesped,
muy repeinado y con la cola alzada.
Traza pequeños y redondos vuelos
y a intervalos ensaya sus metálicos cantos.
En algunos momentos desafina, mas insiste y corrige sus errores.
Tantas veces lo veo que, sin duda,
también a mí me ha visto y me conoce,
y, al descubrirme aquí, parado y pensativo
-no sé si, en ocasiones, incluso hablando solo-,
seguro que a sí mismo se habrá dicho:
"Qué tipo tan extraño. ¿Qué hará ahí
un día y otro día casi a la misma hora?
Desde luego, es bien serio, por más que a ratos silbe.
Parece inofensivo, con la pinta
de soñador que tiene. Y qué curiosa
su obstinada manra de mirarme".
Eloy Sánchez Rosillo, en Oír la luz, 2008